Me escribes y me dices: Te recuerdo.
Y pienso en tu mirada. Me parece
sentir tu corazón que me golpea
mi pecho y las costillas. Te deseo.
Me recorre los días la tersura
de esa piel de mujer. El suave roce
de tus labios calientes. Esa noche
en que, pegada a mí, le recordabas
cuando tú estabas triste. Cuando era
tu voz desolación por el pasado.
Cuando no me querías y buscabas
en mi carne otra carne. Eras amarga,
como un adiós, igual que el nombre
que entonces pronunciaste.
Pasión antigua. Relámpago perdido.
Amanecer con alguien que no amamos.
Y tú estabas ausente y con la fiebre
del sexo muy lejano y allí mismo
la fugaz sensación de ser un pájaro
caliente y frágil y ni siquiera ajeno.
Hay noches como mundos. Ya vencida
me gritaste su nombre en el instante
en que mi vida entraba entre tus piernas.
Luego lloraste. Jamás me permitiste
que secara tus lágrimas a besos.
Amaneció después. Estaba solo.
Rodolfo Serrano: Años después.
Unpoema: Maravillas10
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